Respirar es el primer gesto artístico. Antes de que el sonido nazca, ya hay un soplo de aire que lo precede. La respiración es el puente sutil entre el cuerpo y la expresión, el hilo invisible que enlaza el gesto con la melodía.
Pero, ¿se puede habitar el aire con plena conciencia?
El primer paso es la entrega.
Observar el aire que entra y sale sin retenerlo, sin poseerlo. Sentir el vaivén del diafragma, la apertura de la caja torácica, la ondulación que acompaña cada inhalación, como una ola que besa la orilla y se retira sin prisa.
El segundo paso es el abandono.
La respiración no es un acto calculado, sino un susurro del cuerpo en movimiento. A veces la contenemos en un instante de tensión, la apretamos con el miedo. Aprender a exhalar es aprender a soltar, a confiar en el espacio que nos envuelve, en la brisa que nos sostiene.
El tercer paso es la fusión.
Respirar es una danza con el sonido. En el canto, en los instrumentos de viento, pero también en las cuerdas, en el piano, en la danza. Cuando el aliento se entrelaza con el movimiento, la música se vuelve un suspiro del universo, un eco de la naturaleza.
Cierra los ojos.
Siente el aire que se posa en tu pecho antes de dejarlo ir. Escucha la pausa, el instante suspendido en el que todo cobra sentido.
No apresures. Deja que la respiración sea tu maestra, que sea el origen y la consecuencia de cada nota, de cada gesto.
Respirar es más que tomar aire.
Es abrirse al infinito.
Es nombrar lo innombrable con el sutil lenguaje del viento.